miércoles, 28 de marzo de 2018

Ciudades de Europa: Estrasburgo

Ciudades de Europa: Estrasburgo





         Puede que, en términos turísticos, quede parcialmente eclipsada por otras ciudades francesas o centroeuropeas. Pero Estrasburgo es, sin duda, una ciudad de gran interés. No solo es hoy “una de las capitales” de Europa, sino que también lo es de una región llena de historia, como es Alsacia. Junto a Lorena, esta región pasó en los últimos siglos varias veces de Alemania a Francia, y a la inversa, hasta su actual ubicación en el país galo, desde el final de la segunda guerra mundial. Hoy es capital del departamento del Bajo Rin, y tras la reestructuración de las regiones francesas en 2016, también cabeza de la región Gran Este. Pero esa historia de mixtura está todavía presente en su fisonomía, en su cultura, en su gastronomía. Aquí encontramos platos típicamente alemanes como el choucrute o el codillo, pero también el foigras de oca (que en realidad fue inventado aquí) o la tarta flambeada, junto al tradicional puchero alsaciano o baeckeoffe. Alguien pensaría que esto no es especialmente destacado en Francia, pero es de gran nivel si lo comparamos con Alemania; aunque tampoco quiero ser tan simplista. Lo bueno es que -seguramente fruto de esa misma mixtura- hay muy buena cerveza y muy buenos vinos. En todo caso, la ciudad es mucho más, y tiene uno de los centros históricos más cuidados y agradables de la zona, y eso que en ese aspecto, sin duda, hay gran competencia. Las calles estrechas, las casas con sus típicos tejados y fachadas con madera vista, las hermosas plantas y flores, el agradable entorno de los ríos, dominan el centro. Desde luego, es imprescindible su catedral, una auténtica joya del gótico, que hay que ver despacio.



            Pero sin duda, hoy su vertiente europea -aspecto por el que es conocida en todo el mundo- marca también la estructura urbana de la ciudad. Una de las sedes del Parlamento europeo está aquí, pero Estrasburgo es también capital de “la otra Europa”, esto es, el Consejo de Europa, y por tanto aquí está también el Tribunal Europeo de Derechos Humanos, cuya trascendencia es imposible exagerar. Piensen que, solo contando la población de los 47 Estados que reconocen su jurisdicción, a este Tribunal pueden acceder directamente (desde que se suprimió la Comisión) más de 800 millones de personas en el mundo, desde el Atlántico al Estrecho de Bering. Este tribunal no está muy lejos de la frontera alemana, y tras la visita es posible cruzar el río Rin dando un paseo, tomarse el café en Alemania y regresar a Francia. Y mientras tanto, pensar en todo lo que ha costado que este lugar pase de ser el centro de las disputas (y varias guerras) francoalemanas, a ser uno de los centros de este sueño hecho realidad llamado Europa sin fronteras.

jueves, 22 de marzo de 2018

Lujo

Lujo




            Una cosa es que la Real Academia Española tenga que adaptarse y recoger, en la medida y en el momento procedente, los cambios que se consolidan en el uso de la lengua, y otra que tenga que ir modificando acepciones o incluyendo palabras al ritmo que le marquen los grupos de presión. Es curioso, por ejemplo, lo fácil que ha sido cambiar una acepción de la palabra “fácil”, si se me permite la reiteración. La acepción que hasta hace muy poco decía “Dicho de una mujer: Liviana en su relación con los hombres”, ha sido rápidamente sustituida ante la protesta de algunos colectivos feministas, y ahora la versión web del Diccionario dice “Dicho de una persona: Que se presta sin problemas a mantener relaciones sexuales”. Sin embargo, parece que va a ser algo más complejo atender la reivindicación del Círculo Fortuny, asociación española representante de las empresas de alta gama, en el sentido de que se revise el sentido de la palabra “lujo”. Las noticias reflejan que Carlos Falcó, marqués de Griñón y presidente de dicha asociación, explica que en el diccionario esta palabra tiene que ver con "algo reservado a los ricos y que, de alguna manera, es ocioso y no sirve para nada". Los tres sentidos de esta palabra según la RAE son: “1. Demasía en el adorno, en la pompa y en el regalo. 2. Abundancia de cosas no necesarias. Y 3. Todo aquello que supera los medios normales de alguien para conseguirlo”. Ciertamente, todos ellos hacen alusión a algo excesivo o exagerado, que acaso sin mayor justificación va más allá de lo necesario. Y es posible que, en la práctica, eso haya ido adquiriendo un cierto tinte peyorativo. En todo caso, parece que el presidente de honor del Círculo Fortuny, Enrique Loewe, ha obtenido del director de la RAE, Darío Villanueva, el compromiso de buscar una definición mejor, lo que sin embargo llevará su tiempo, teniendo en cuenta además que cualquier modificación tienen que aprobarla todas las academias de la lengua española del mundo (aunque sinceramente desconozco si la vertiginosa modificación de “fácil” ha seguido todo ese proceso).

            En mi opinión, siendo cierto ese sentido a veces peyorativo de “lujo”, las acepciones presentes deben mantenerse, porque se corresponden con usos comunes de la palabra en el español hablado y escrito. Otra cosa es que, además de esas acepciones, se incorpore otro sentido que haga referencia a un uso también común de la palabra, pero diferente. Para Carlos Falcó, es un lujo degustar el primer aceite de la cosecha junto a su hija. Para cualquiera, puede ser un lujo disfrutar de los amigos, de la familia, o tener como colegas a grandes maestros, por poner un ejemplo. No hay nada excesivo en ello, aunque sí tal vez un cierto sentimiento de algo excepcional o, en el mejor sentido, “privilegiado”. Para mí, por ejemplo, es un lujo tener lectores asiduos, fieles y críticos.

(Fuente de las imágenes: http://www.travelonluxury.com/places/vacaciones-de-lujo-en-dubai-luxury-holidays-in-dubai/ y https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2016-03-10/el-lujo-de-verdad-como-lo-han-redefinido-las-elites-para-apartar-a-los-nuevos-ricos_1166085/)

jueves, 8 de marzo de 2018

De verdades, mentiras y mitos (doble)

De verdades, mentiras y mitos (doble)






            Hace algunos meses, la revista National Geographic España incluía un amplio reportaje en el que trataba de dar respuesta a la pregunta “¿por qué mentimos?”. Entre sus conclusiones, no solo destacaba la idea de que la mentira está estrechamente relacionada con la inteligencia humana (de manera que mentimos porque somos inteligentes, y aprendemos a mentir como parte de nuestro aprendizaje); sino también la de que las mentiras tienden a funcionar porque -acaso contra todo lo que deberíamos haber aprendido- tendemos siempre a creer y a confiar en lo que otros nos cuentan, y no a cuestionarlo. Además, otro aspecto curioso es que tendemos a limitar y sofisticar nuestras mentiras, no solo para que sean más creíbles para los demás, sino tal vez, también, para creérnoslas nosotros mismos. Salvo algunos casos muy extremos, no solemos exagerar nuestras mentiras, sino mezclarlas con algunas verdades, para dar de nosotros mismos una imagen más próxima a lo que nos gustaría ser, pero también más creíble. Desde luego, a mi juicio lo anterior no puede ser una justificación de la mentira, sino la explicación de por qué esta es en cierta medida “natural” y muchas veces el “camino fácil” y más tentador. Pero no, por supuesto, el más honesto.


            El caso es que esa mezcla de mentiras y verdades (o medias verdades) que muchas personas utilizan de forma más o menos cotidiana para dar la imagen que ellos o los demás esperan es, a nivel colectivo, la materia prima de los mitos. Hoy vivimos una época que algunos han llamado la “posverdad”, pero que es en realidad esa mentira, mayor o menor, construida sobre algunas medias verdades, pero que todos estamos dispuestos a creer, porque es más agradable, positiva, o da nuestra mejor imagen colectiva. No importa cómo somos, sino la imagen que damos de nosotros mismos. He de ser sincero -especialmente en este artículo-: más de una vez, cuando he conocido en persona a alguien a quien primeramente conocí a través de una red social, la primera impresión tiende a ser decepcionante. La verdad “pura” suele ser tan “dura” y molesta, que antes de expresarla solemos pedir permiso, y por ello es común preguntar “¿puedo ser totalmente sincero?”. Una pregunta, por cierto, que suele ser respondida con absoluta falta de sinceridad, ya que casi siempre contestamos “¡desde luego!”, cuando en el fondo estamos pensando algo así como “no veo la necesidad”…  

           En todo caso, y como apuntaba, la mezcla de medias verdades y mentiras que algunas personas usan para transmitir una imagen, la utilizan también las sociedades y las naciones para crear sus mitos. La posverdad no es una novedad de nuestros días; solamente sucede que hoy Internet y las redes sociales la ponen al alcance de cualquiera. Pero hay -no sé muy bien cómo llamarlo- una historia de la posverdad, o una “preverdad”, constituida por esos mitos colectivos, que fueron creados quizá hace siglos, y son a lo largo de la historia recuperados o revisados y cuestionados, según los momentos. Desde Wifredo el Velloso con sus dedos ensangrentados creando el signo que sería (si fuera cierto) la base de la bandera de la corona de Aragón, la Virgen en la batalla de Covadonga o Santiago en Clavijo, hasta el “mito” más reciente que algunos han creado con los hechos del 1 de octubre en Cataluña, pasando por el origen del Día Internacional de la Mujer Trabajadora, encontramos casos en los que “ajustando”, manipulando, o moviendo algunas circunstancias estratégicas en un fondo de hechos reales, se construye un mito colectivo. Hay incluso alguna bibliografía que analiza cómo el “mito gótico” estuvo presente de forma mucho más profunda de lo que se cree en nuestro siglo XVIII (supuestamente el siglo de las luces y la razón) para “reconstruir” una constitución histórica española de origen medieval, que respondiera a un ideal de libertad y limitación del poder. Construcción no exenta de ciertas bases históricas reales, y que nuestros constituyentes gaditanos supieron utilizar en las Cortes de 1810 para justificar que la superación de la monarquía absoluta no implicaba una ruptura, sino una vuelta a los orígenes auténticos.

            Nuestra posverdad tiene, en realidad, las mismas bases que estos mitos históricos. La diferencia, como ya apunté, es que su construcción está casi al alcance de cualquiera. Y ello es debido a dos factores relacionados: 1) como he señalado varias veces, hoy cada persona es un medio de comunicación. Cualquiera tiene una cámara de fotos en el bolsillo, acceso a los programas de edición, y un blog o perfil en redes sociales; 2) la “mentira emotiva” es mucho más verosímil cuando viene apoyada por una imagen. No importa si está alterada o sacada de contexto, para quienes están deseando creerlo, es una prueba irrefutable. Por eso creo que es especialmente importante “desconfiar”, contrastar con diligencia  noticias e imágenes, colaborando en la búsqueda de la verdad. Como decía Machado, “¿Tu verdad?, No, la Verdad, y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela”.

(Fuente de las imágenes: