sábado, 8 de julio de 2017

El desgobierno

El “desgobierno”



            Por decirlo sutilmente, hace ya años que España no vive precisamente su mayor etapa de estabilidad política. Simplificando mucho, se diría que primero estuvimos casi un año sin Gobierno, pero al menos teníamos presupuestos; luego hemos estado más de medio año sin presupuestos, pero con Gobierno. Desde hace más o menos una semana, tenemos Gobierno y presupuestos, lo cual ya es, por tanto, una noticia realmente sorprendente. Pero tal y como está la situación, me parece que esta legislatura no se va a caracterizar por la gran cantidad y trascendencia de las leyes que se van a aprobar. Con ir sacando los presupuestos adelante, sobreviviríamos. La verdad sea dicha, la tentación de encontrarle a todo esto facetas positivas es grande. Por un lado, todo lo que ha decaído la función legislativa, lo ha ganado en intensidad la función de control y responsabilidad política: moción de censura, reprobaciones, comisiones de investigación… el control al Gobierno vive buenos momentos, y además no nos aburrimos. Siempre hay información política (eso sin hablar del reto abiertamente rupturista que plantea una Comunidad Autónoma). Por otro lado, probablemente los ciudadanos no hayan notado demasiado, ni la ausencia de gobierno, ni la de presupuestos, ni la de leyes. Su vida será poco más o menos como antes, en aquellos tiempos en los que había gobiernos estables, presupuestos puntuales, y frecuentes novedades legislativas. Para los juristas, qué decir: acostumbrados a un frenesí legislativo rayano con la diarrea, un período en el que la producción de normas con rango de ley se ralentiza supone un pequeño respiro que hace más asumible la obligación de estar permanentemente al día en las novedades normativas. En fin, no sé si será que todos tenemos una vena un poco anarquista, pero se comprende que a este “desgobierno” se le encuentren algunas ventajas.

            Sin embargo, si analizamos el asunto con algo más de seriedad y profundidad, creo que las cosas no son tan sencillas. Para empezar, no es plenamente cierta la premisa que yo mismo he apuntado antes; en realidad, nunca hemos estado sin gobierno ni sin presupuestos. Afortunadamente, nuestra Constitución y nuestras leyes prevén las medidas necesarias para evitar posibles vacíos en uno u otro terreno. Cuando “no hay Gobierno”, en realidad hay Gobierno en funciones, que tiene limitadas sus competencias (diríamos que se dice “en funciones”, pero es el período en el que menos funciones puede ejercer). Cuando decimos que “no hay presupuestos”, en realidad se prorrogan los del año anterior, lo que sin duda agradecemos todos los que tenemos un sueldo o ingresos dependientes de los poderes públicos, que de lo contrario habrían desaparecido, con lo cual la situación hubiera sido bastante caótica e insostenible. Aun así, no hay que engañarse: con un Gobierno en funciones, con un país con presupuestos prorrogados, o con un parlamento incapaz de aprobar leyes, es imposible progresar. Se puede aguantar un tiempo, pero no  largos períodos. Hay objetivos que cumplir, hay reformas pendientes, y ya están, a la vuelta de la esquina, los presupuestos de 2018 (previamente a ellos hay que aprobar el techo de gasto). Se comprende que tiene que haber Gobierno y oposición, pero si los ciudadanos hemos querido un parlamento mucho más fragmentado políticamente (o, si lo queremos ver por el lado positivo, mucho más plural), nuestros representantes deberían mantener una actitud responsable y ponerse de acuerdo en aquello que sea posible, y sobre todo en los grandes retos comunes, manteniendo una actitud constructiva.

(Fuente de la imagen: http://www.lavozlibre.com/noticias/blog_opiniones/14/1193561/dos-meses-de-desgobierno-en-espana/1)  


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