martes, 13 de junio de 2017

Cuarenta años de democracia

Cuarenta años de democracia



            Los que vivimos la transición en nuestra infancia y adolescencia, y luego nos hemos pasado toda la vida recordándola casi en cada aniversario, podríamos llegar a estar un poco hartos de hablar siempre de ello. Incluso un poco más quienes tenemos que explicarlo cada año en clase. Así que tendría motivos para dejar pasar este aniversario de las primeras elecciones democráticas, celebradas el 15 de junio de 1977. Pero tengo más para recordarlas. En primer lugar, cuarenta años no es cualquier cifra. En concreto, para España, supone probablemente el mayor período ininterrumpido de democracia de nuestra historia contemporánea (y, por tanto, de nuestra historia sin más). Podríamos discutir esto hablando de la superior vigencia de la Constitución de 1876, incluso si acortamos este período hasta 1923, ya que después de esta fecha, aun cuando no fue derogada, no puede considerarse que fuera aplicada. Pero verdaderamente las  limitaciones en la aplicación de ese texto constitucional (ya de por sí muy moderado y conservador, aun cuando básicamente democrático) hacen que sea difícil adoptar esa época de turnismo y caciques como referencia plenamente democrática. En cualquier caso, desde las elecciones de 1977 sí hemos vivido, con todos los problemas que se quieran apuntar, una época de democracia equiparable a las más avanzadas del mundo. Motivo suficiente para pararse un momento a recordar y poner en valor este hito.


            Pero hay, además, otro motivo que justifica especialmente este recuerdo. Algunos parecen empeñados en cuestionar el valor de nuestra transición política, y con él el de nuestra actual democracia; y los más jóvenes, que no vivieron el momento, pueden llegar a asumir ese enfoque erróneo. Es cierto que, formalmente, hubo una continuidad no interrumpida entre el ordenamiento jurídico franquista y el actual, y entre las siete leyes fundamentales y nuestra Constitución. Ello se consiguió gracias a la citada Ley para la Reforma Política de 1976, formalmente la “octava ley fundamental”, pero que materialmente supuso la ruptura con el régimen anterior, al reconocer los derechos fundamentales y sentar las bases de un régimen democrático, en especial estableciendo los parámetros para llevar a cabo unas elecciones democráticas en un contexto de pluralismo político, que fueron precisamente las que se celebraron en junio de 1977, dando paso a unas Cortes materialmente constituyentes. Aquella continuidad formal fue la garantía de una transición pacífica, y en modo alguno ha supuesto ningún hándicap, lastre o cortapisa en nuestra democracia. Más bien al contrario, esta ha sido ejemplo internacional, precisamente por esa transición sin ruptura formal (aunque sí, obviamente, material, pues se pasó de la dictadura a la democracia). Ello permitió además la reconciliación entre todos los españoles, en lugar de un ajuste de cuentas que hubiera sido mucho peor. Como digo, algunas voces intentan convertir eso, que fue una importante virtud, en un defecto o problema que supuestamente viciaría lo que ha venido después. Por eso conviene recordar lo que sucedió. Y lo que sucedió en junio de 1977 fue que los españoles eligieron con libertad entre las muy diversas opciones políticas que concurrieron a las elecciones, y aunque durante décadas eso no se había podido hacer, lo hicieron dando un ejemplo de madurez y normalidad, que se ha mantenido en elecciones posteriores hasta la actualidad. Y que permitió que la mejor Constitución de nuestra historia, que es la vigente, no fuese “de partido”, sino la de todos. Esa es la realidad.

(Fuente de la imagen: https://ignaciotrillo.wordpress.com/2015/12/24/27335/)

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