miércoles, 5 de abril de 2017

¿Parlamentos más vivos?

¿Parlamentos más vivos?




            Hace casi un siglo que viene hablándose de la crisis del Parlamento. Desde que el Estado social fue reemplazando al Estado liberal, el centro de gravedad de la vida política pareció desplazarse del poder legislativo al ejecutivo, que asume en gran medida el protagonismo en la prestación de servicios públicos y la satisfacción de derechos económicos, sociales y culturales, dado que unos y otros no se garantizan con hermosas y grandilocuentes proclamaciones constitucionales y legales, sino con medios personales y materiales que cuestan dinero, y que finalmente van a ser ejecutados por el Gobierno y la Administración. Por otro lado, la eterna crisis del Parlamento no es solo de protagonismo, sino de representatividad, y en definitiva de legitimidad, pues siendo en los modelos parlamentarios el poder del que deriva la legitimidad democrática de todos los demás, muchos ponen reiteradamente de relieve que tiene déficits significativos en cuanto a su capacidad para representar el pluralismo político y social, y también en la medida en que puede llegar a frenar la participación directa de los ciudadanos. Todos recordamos el “no nos representan” como eslogan utilizado por distintos movimientos a partir de 2011, achacando a nuestro sistema electoral y a otras circunstancias la causa de esos déficits del Parlamento. En realidad, ese tipo de críticas son mucho más antiguas, y ya en las Cortes de Cádiz de 1810-1812, los diputados americanos se quejaban, con razón, de su infrarrepresentación en aquella cámara (aproximadamente un tercio de los diputados procedentes de América representaban, sin embargo, a unos dos tercios de la población española, que eran los residentes en los territorios del otro lado del Atlántico). Pero ha bastado el cambio en el comportamiento electoral, para que la composición de los parlamentos haya cambiado también, sin modificación legal alguna.


            El caso es que el Parlamento resiste una y otra vez este tipo de críticas, que por otro lado serán positivas en la medida en que permitan construir un modelo representativo más fuerte, abierto, y democrático, y contribuyan a devolver al parlamento la centralidad del sistema político. Hace poco la Asociación de Constitucionalistas de España debatía sobre el Parlamento en León, ciudad reconocida por la UNESCO como cuna del parlamentarismo mundial, ya que se considera que fueron las Cortes convocadas por Alfonso IX en 1188 el primer órgano propiamente parlamentario, al ser estable, codecisor y contar con representación de las ciudades y no solo de nobleza y clero (aunque es verdad que el Alpingi islandés funcionaba ya desde el siglo X, me comprometo a investigar si propiamente merece similar consideración). Mis particulares conclusiones son que hay que recuperar la esencia del Parlamento como órgano central de una democracia, idóneo para el debate, imprescindible para el control del poder, auténtico “templo” de la política. En España, desde que en 2015 nuestro sistema de partidos ha cambiado, la mayoría de los parlamentos autonómicos, así como el Congreso, han recuperado una vida que parecía perdida, recobrando el protagonismo político al intensificar su función de control y de orientación política. La contrapartida, parece obvio, está en la función legislativa, que se ve ralentizada o disminuida, pues es mucho más difícil alcanzar los acuerdos necesarios para aprobar leyes que para aprobar meras resoluciones de orientación política, o para oponerse al Gobierno. Además, el Parlamento es idóneo para legislar y para controlar al Gobierno, pero no, desde luego, para gobernar...

(Fuente de la imagen: http://es.globedia.com/congreso-preve-reeditar-grupos-amistad-parlamentos-extranjeros-crisis-economica)

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