La ciudad… y el derecho a la ciudad
La ciudad fue creada por el ser
humano como consecuencia de su sedentarización, y supuso desde el inicio un
gran avance en materia de comodidad y de vida ordenada. En la ciudad se podía
vivir en comunidad, lo que tiene sin duda grandes ventajas para el ser humano,
pues cada uno se puede beneficiar de lo que otros producen y aportan, al tiempo
que aporta algo a la comunidad. Pero sin duda alguna, la ciudad significa
respeto a los demás. Sin respeto no hay vida ordenada en comunidad. Eso supone
unas reglas del juego que todos han de cumplir. No en vano, “civilización”,
viene de “civilis”, que tiene la misma raíz de “civis” y “civitas”; y por su
parte, urbanidad procede de “urbs”, que era, por antonomasia, Roma. En
cualquier caso, la ciudad nace unida a ideas como desarrollo, progreso, y
comunidad, pero también respeto, orden, derechos y deberes mutuos. Pero hoy
hemos convertido a muchas de nuestras ciudades en otra cosa. Tras multitud de
migraciones del campo a la ciudad a lo largo de los siglos, en busca de trabajo
y de mejores servicios, y tras sucesivas revoluciones industriales, hemos
creado algunas macrociudades cada vez menos amables, cada vez más hostiles.
Aglomeraciones, contaminación, saturación, dificultades para acceder a lugares
y a servicios. Queremos las ciudades porque aquí podemos obtenerlo todo, pero
en realidad todo está lejos. En cambio, en los pequeños pueblos o zonas rurales
quizá hemos de conformarnos con “lo básico”, pero lo encontramos siempre cerca.
Pero nuestra vida y nuestros gustos cada vez más complejos y sutiles nos llevan
a querer café descafeinado, leche deslactosada (y por supuesto, desnatada),
cerveza sin alcohol, y además cada uno tiene sus propias preferencias
(semidesnatada, con omega 3, con soja, y así hasta mil variantes), de manera
que necesitamos un supermercado con cien metros de estanterías dedicados
exclusivamente a variedades de leche, pongo por ejemplo.
Será quizá esa ciudad hostil e
incómoda (exactamente lo contrario a su propósito y finalidad originarios) la que
ha llevado a hablar del “derecho a la ciudad”, desde que en 1968 Henri Lefebre
escribiera un libro con dicho título, examinando los déficits de las ciudades
en los países de economía capitalista. Mucho se ha reflexionado sobre esa idea
desde entonces, e incluso se estableció una “Carta Mundial por el derecho a la
ciudad”, y más recientemente ha pasado del campo de la reflexión teórica
filosófica o sociológica al mundo del derecho, como podemos ver en el reciente proyecto
de Constitución de la Ciudad de México. Eso implica la necesidad de establecer
las manifestaciones y las consecuencias concretas de este derecho, que de
momento resulta un tanto ambiguo, en realidad parece ser un conjunto de
derechos al acceso a servicios, así como diversos derechos del ámbito
socieconómico como vivienda y empleo, y otros de participación. El proyecto de
Ciudad de México habla de una ciudad “democrática, educadora, solidaria,
productiva, incluyente, habitable, sostenible, segura y saludable”. Hay mucho
que precisar, así como la necesidad de establecer garantías. Para mí que este
derecho ha de tener más que ver con la “civis” que con la “urbs”, e implica
ciudadanos comprometidos que, además de derechos, asumen sus deberes para con
otros ciudadanos. En cualquier caso, junto a ese derecho a la ciudad cabría
también reclamar el derecho al campo, a la naturaleza, a una vida rural digna y
tranquila, a eso que fray Luis llamaba la “descansada vida” de quien, como buen
sabio, “huye del mundanal ruido…”
(fuente de la imagen: http://www.elviejotopo.com/topoexpress/derecho-la-ciudad-buen-vivir/)