jueves, 12 de mayo de 2016

Ibáñez

Ibáñez

           

Pocas alegrías mayores en mi infancia que la de poder “devorar” un “Superhumor”, aquellos volúmenes llenos de historias de tebeos (eso que ahora llamamos “comics”). Me gustaban todo tipo de tebeos, aunque mis favoritos fueron siempre los de Astérix y, casi por encima de todo, Mortadelo y Filemón. En cualquier caso, el formato de “Superhumor” permitía un volumen muy amplio que reunía todo tipo de historias. Creo que si exceptuamos las de Zipi y Zape, todas las demás eran de la autoría de Ibáñez: Pepe Gotera y Otilio, 13 Rue del Percebe, Rompetechos, El botones Sacarino, la Familia Trapisonda… y los geniales Mortadelo y Filemón. Todos los niños reconocíamos perfectamente esa firma de “F. Ibáñez” en todas esas historias. Era un humor sin complejos y sin temor a lo políticamente incorrecto. Con Rompetechos nos reíamos abiertamente de las confusiones mayúsculas de este personaje de “gafas de culo de vaso” y casi “cegato”, sin plantearnos si era o no correcto hacer humor a costa de la discapacidad visual de este personaje ficticio. El botones Sacarino provocaba nuestra sonrisa sin que llegásemos a preguntarnos si este ganaba el salario mínimo, tenía un contrato estable o estaba sobreexplotado. Y desde luego, “13 Rue del Percebe” creó un nuevo estilo o género humorístico, seguido no solo por otras viñetas posteriores, sino incluso por series del estilo de “Aquí no hay quien viva”.


            Pero como he dicho, para mí no había ninguno comparable a Mortadelo y Filemón.  Las historias de estos agentes de la “TIA” eran un perfecto combinado entre un irónico reflejo de la sociedad, la autocrítica a las chapuzas nacionales, la parodia de las series y películas de espionaje, los justos toques de imaginación y fantasía, muchas dosis de exageración, que resultaba uno de los ingredientes más hilarantes, y una especie de “superhéroe de andar por casa” al que todos admirábamos de algún modo, que era el personaje protagonista. Era “el último de la fila” de aquella agencia surrealista, pero sin duda el más listo, el más gracioso, y el que más empatía generaba. Un personaje alto, calvo, con su eterna levita (salvo que estuviera disfrazado) y con la peculiaridad de carecer de hombros. Nada más divertido que ver cómo podía cambiar de disfraz de viñeta a viñeta, con una variedad de ellos cercana al infinito. Pero no todo era Mortadelo, porque nada sería igual sin Filemón, ese “jefe” que siempre se llevaba la peor parte, generando así cierta simpatía a pesar de ese aparentemente tan “mandón” y estricto; o sin el superintendente Vicente, siempre dispuesto a encargar las misiones más absurdas y a criticar a sus subordinados por su inutilidad; o sin el inefable profesor Bacterio, el más divertidos de los “científicos locos” que jamás he conocido, cuyos inventos siempre producían el efecto contrario al perseguido… El resultado de ese cóctel siempre provocaba gran cantidad de accidentes, caídas, golpes o palizas… que podían traer como consecuencia la rotura de todos todos los huesos del cuerpo y el vendaje total, pero no importaba porque los personajes podían curarse al instante como por arte de magia. En fin, el responsable de tantas sonrisas y carcajadas de mi infancia, cumple ahora 80 años. Dice que con los políticos y la realidad actual le ha salido una “competencia desleal”, porque hacen más gracia que sus historias. La verdad es que estas eran y siguen siendo (porque Ibáñez ni mucho menos se retira) insuperables. ¡Muchas felicidades, maestro!

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