lunes, 18 de agosto de 2014

Mil amigos... virtuales

Mil amigos…virtuales



            Estoy a punto de llegar a los mil amigos en Facebook. Sé que no es gran cosa en comparación con la cifra que otros alcanzan, y en realidad Facebook considera (si no han cambiado las reglas) que uno puede tener hasta 5.000 amigos antes de ser una celebridad, figura pública o personaje famoso. Pero en mi caso me resulta incluso sorprendente, dado que siempre me he considerado bastante tímido y un poco insociable. Además, no solo no he hecho nada especial para llegar a esa cifra, sino que más bien he tratado de evitar ese ascenso imparable, guiado por la idea de que en esto, como en casi todo en la vida, importa  más la calidad que la cantidad. Es por ello que he ido estableciendo ciertos “filtros”, y no acepto ni mucho menos a todo el que lo pide, sino que exijo ciertos requisitos antes de declararme “amigo virtual” de alguien. Para ser totalmente sincero, esos requisitos se han ido flexibilizando por diversas razones. Cuando creé mi perfil de Facebook, guiado por la prudencia y el temor a mi intimidad revelada, intentaba ofrecer los mínimos datos de mi persona, solo ponía fotos en las que no se me conociera, y desde luego solo aceptaba como amigos a personas que lo eran en mi vida real. Pero poco a poco comprendí que tengo diversas opciones de configuración de la privacidad, y que  además las redes sociales solo son un riesgo para la intimidad si quien las utiliza desea exhibir esa intimidad. Así que decidí utilizarlas para transmitir mi opinión sobre temas en los que quiero que esa opinión sea accesible para las personas que se interesan en ella, y ofrecer solo las fotos e imágenes que quiero sean conocidas por personas que son a su vez conocidas, sin necesidad  de que sean amigos íntimos.

             


Todo ello repercutió en la consideración de mis “amigos virtuales”, de manera que, manteniendo el filtro de admisión, este ya no solamente es superado por mis amigos reales “stricto sensu”, sino también por mis colegas, mis alumnos de Europa o de América (aunque no siempre es fácil recordarlos a todos), y en general quienes, tras un examen de su perfil, coinciden conmigo en algunas aficiones, empezando por el Derecho que es la más importante de mis aficiones. Y es así como hemos llegado al momento actual. Creo que realmente no tengo mil amigos. Desde luego, tengo algunos amigos “reales” que no son “amigos virtuales”, porque no frecuentan las redes sociales. Pero sobre todo –he de decirlo con toda crudeza- tengo muchos “amigos virtuales” que no son propiamente “amigos reales”. Por poner un ejemplo, de los mil que tengo, si he de pensar a cuántos les prestaría 500 euros, o a cuántos me atrevería a pedirles un préstamo de esa cifra, o a cuantos contaría realmente mis intimidades, me quedaría con muy pocos. Pero no hay de qué preocuparse, porque en primer lugar, no dejo de pensar que, en la mayor parte de los casos, Facebook llama amigos a los conocidos, y cuando alguien conocido me pide amistad, es quizá porque le interesa lo que escribo. En realidad, cada vez más escribo pensando en esas personas, que se unen a los desconocidos lectores de mi blog y de “La Tribuna”. Y en segundo lugar, en mi caso más de una vez Facebook ha servido para hacer nacer una amistad entre personas que, cuando se aceptaron, eran solo conocidos. Parece que este era uno de sus propósitos fundacionales, y pocas funciones pueden ser más hermosas para un medio virtual.


martes, 12 de agosto de 2014

Miguel Pajares

Miguel Pajares




            A pesar de que se sabe hace años que el ébola es un virus con un muy alto índice de mortandad, no parece que ello haya generado hasta ahora demasiada preocupación en el mundo occidental, más allá de la que pudiera provocar la película de tal nombre, que no deja de ser una mera ficción destinada a provocar miedo, y cuyo rigor científico es al menos cuestionable. Es probable que hace años se esté investigando sobre una vacuna o cura para la enfermedad, pero no estoy nada seguro de que se hayan empleado en la lucha contra la enfermedad los recursos que reclamaría la magnitud y gravedad de la misma. No dispongo de datos y no quisiera ser demasiado especulativo, pero más allá de cifras concretas de gastos, lo que sí parece claro es que ha tenido que llegar el momento en que la enfermedad haya tocado a Occidente,  aunque sea “de refilón”, para que se empiece a tomar colectivamente verdadera conciencia del problema. Aun así, el debate parece centrarse más en los pocos occidentales que han contraído la enfermedad en África y en los posibles riesgos de que la misma llegue a Europa o América, que en los miles de contagiados en África y en la gravedad de la situación en los países en los que se ubica el foco de la epidemia. Parece como si lo único importante es que “no nos afecte” a nosotros. Por lo demás, las instituciones, desde la OMS hasta los Gobiernos, han reaccionado con la pereza y los titubeos acostumbrados, y el debate producido en España sobre si el Gobierno debía asumir los costes de la repatriación de nuestros misioneros, si bien acaso generado en parte por la torpeza de algún cargo público hasta que fue zanjado con claridad por el presidente del Gobierno, produce incluso cierta vergüenza por lo que hubiera tenido de mezquindad, injusticia y agravio comparativo la solución contraria a la finalmente adoptada.


            No sé qué pensaría de todos estos temas Miguel Pajares, sacerdote toledano de la orden Hospitalaria de San Juan de Dios fallecido el mismo día en el que escribo estas líneas como consecuencia del ébola, enfermedad que contrajo en Liberia. En realidad, poco sabemos de su persona, y aun a día de hoy, cuando es muy fácil encontrar en internet mil y una noticias sobre su enfermedad y su fallecimiento, poco se encuentra sobre su vida. Probablemente ello se debe a que, como la de tantos otros misioneros, su labor fue callada, más centrada en hacer y hacer, que en hablar y hablar. Más dedicada a ayudar al prójimo, que a denunciar lo injusto que es el mundo y exigir que otros tomen medidas para que cambie radicalmente. Poniendo manos a la obra para intentar que el cambio empiece ya, y empiece por los que estaban a su lado. Una labor centrada en la preocupación por la salud física  y espiritual de quienes le rodean, imbuida de pleno espíritu cristiano. Puede que hoy nos parezca que la muerte de Miguel Pajares ha sido inútil. Pero no lo será si sirve para que tomemos conciencia de la gravedad de esta enfermedad que se suma a los muchos problemas de pobreza e injusticia que afectan mucho más a África que a ningún otro lugar. No lo será si nos ayuda a valorar la impagable labor que tantas personas hacen en el continente más pobre, para ayudar a nuestros semejantes. Si  sabemos tratar como héroes a quienes realmente lo son. No lo será si nos ayuda a implicarnos más con los problemas de nuestros hermanos.

miércoles, 6 de agosto de 2014

Damasquinado toledano

Damasquinado toledano




            Si te regalo un damasquinado toledano, creo que será un buen regalo.  Habré gastado más o menos, pues afortunadamente los hay de muchos precios, pero en todo caso te estaré expresando mi aprecio de una forma especial. En efecto, si te regalo un colgante, unos pendientes, unos gemelos, un sujeta-corbatas, un plato de damasquinado toledano, estoy dándote algo cuyo valor sabemos reconocer los toledanos. He de decirte toda la verdad: al regalarte un damasquinado, no solo te estoy obsequiando a ti, sino que al tiempo expreso el reconocimiento a mi ciudad y a sus tradiciones seculares. Con esa pequeña pieza, quiero contribuir modestamente a que este oficio artesano que vino de oriente y existe en diversos lugares, pero al que sobre todo algunas familias toledanas se han dedicado durante generaciones, y al que algunas personas han dedicado su vida, no desaparezca. A ti te hago un regalo, pero en cada pequeño damasquinado que he obsequiado en mi vida, hay también un homenaje a los artesanos que, de forma manual, paciente y meticulosa, siguen trabajando el hierro o el acero con el buril para dibujar las formas que desean; después incrustan con punzón y martillo las laminas e hilo de oro; para luego someter el trabajo al pavonado al fuego, mediante un baño de nitrato de potasa a una temperatura entre 700 y 800 grados para provocar la oxidación del soporte, y finalmente raspar, bruñir y pulir el objeto para darle su forma final, poniendo en cada uno de esos pasos todo su trabajo y su creatividad para dar lugar a una verdadera obra de arte en cada pieza.




            Cuando te regalo un damasquinado de Toledo, quiero también regalar a mis hijos y nietos una ciudad que siga teniendo en este tipo de artesanía una de sus señas de identidad, porque quisiera que ellos sepan por experiencia propia lo que es el damasquinado, sin necesidad de que se haya que explicárselo como algo del pasado. Y a ser posible que no tengan que ir al Diccionario a comprobar que “damasquinado” es en realidad “ataujía”, y esta es una palabra derivada del árabe hispano “attawsiyya”, y este del árabe clásico “tawsiyah”, y a averiguar el significado de esta palabra. Porque lo conozcan y sepan lo que es. Así que ya lo sabes: si te regalo un damasquinado toledano, no solo te quiero decir algo sobre mi ciudad, su cultura y su artesanía; ni únicamente te doy un pequeño objeto que sé que no abandonarás ni te ocasionará sobrepeso en la maleta (a decir verdad, los objetos de damasquinado que yo regalo son más bien pequeños, hay que pensar en todo…); además de todo eso, cuando te regalo ese pequeño objeto en el que se funden los metales mas comunes con los más nobles, deseo hacer un reconocimiento a los artesanos de mi ciudad (aunque siempre agradezco que me hagan “precio de toledano”, no quiero regatear más de la cuenta porque sé el trabajo que hay detrás y lo respeto); y quiero contribuir a la pervivencia de esta artesanía y a que para las futuras generaciones toledanas resulte algo tan familiar como lo fue para mí desde mi infancia. A ti te hago un regalo, pero de alguna manera tienes que compartir mi afecto con los artesanos de mi ciudad y con las futuras generaciones de toledanos. Pero no seas celoso o celosa: en realidad, te regalo un damasquinado porque es la mejor forma que encuentro como toledano de expresarte mi más sincero afecto.